jueves, 9 de abril de 2015

Miércoles, z de septiembre de 1942

Querida Kitty:
Los Van Daan han tenido una gran pelea. Nunca he presenciado una cosa igual, ya que a
papá y mamá ni se les ocurriría gritarse de esa manera. El motivo fue tan tonto que ni
merece la pena mencionarlo. En fin, allá cada uno.
Claro que es muy desagradable para Peter, que está en medio de los dos, pero a Peter ya
nadie lo toma en serio, porque es tremendamente quisquilloso y vago. Ayer andaba
bastante preocupado porque tenía la lengua de color azul en lugar de rojo. Este extraño
fenómeno, sin embargo, desapareció tan rápido como se había producido. Hoy anda con
una gran bufanda al cuello, ya que tiene tortícolis, y por lo demás el señor Van Daan se
queja de que tiene lumbago. También tiene unos dolores en la zona del corazón, los
riñones y el pulmón. ¡Es un verdadero hipocondríaco! (Se les llama así, ¿verdad?)
Mamá y la señora Van Daan no hacen muy buenas migas. Motivos para la discordia hay
de sobra. Por poner un ejemplo: la señora ha sacado del ropero común todas sus sábanas,
dejando sólo tres. ¡Si se cree que toda la familia va a usar la ropa de mamá, se llevará un
buen chasco cuando vea que mamá ha seguido su ejemplo!
Además, la señora está de mala uva porque no usamos nuestra vajilla, y sí la suya.
Siempre está tratando de averiguar dónde hemos metido nuestros platos; están más cerca
de lo que ella supone: en el desván, metidos en cajas de cartón, detrás de un montón de
material publicitario de Opekta. Mientras estemos escondidos, los platos estarán fuera de
alcance. ¡Tanto mejor!
A mí siempre me ocurren toda clase de desgracias. Ayer rompí en mil pedazos un plato
sopero de la señora.
-i Ay! -exclamó furiosa-. Ten más cuidado con lo que haces, que es lo uno que me queda. Por favor ten en cuenta, Kitty, que las dos señoras de la casa hablan un holandés
macarrónico (de los señores no me animo a decir nada, se ofenderían mucho). Si vieras
cómo mezclan y confunden todo, te partirías de risa. Ya ni prestamos atención al asunto,
ya que no tiene sentido corregirlas. Cuando te escriba sobre alguna de ellas, no te citaré
textualmente lo que dicen, sino que lo pondré en holandés correcto.
La semana pasada ocurrió algo que rompió un poco la monotonía: tenía que ver con un
libro sobre mujeres y Peter. Has de saber que a Margot y Peter les está permitido leer casi
todos los libros que nos presta el señor Kleiman, pero este libro en concreto sobre un
tema de mujeres, los adultos prefirieron reservárselo para ellos. Esto despertó en seguida
la curiosidad de Peter. ¿Qué cosas prohibidas contendría ese libro? Lo cogió a escondidas
de donde lo tenía guardado su madre mientras ella estaba abajo charlando, y se llevó el
botín a la buhardilla. Este método funcionó bien durante dos días; la señora Van Daan
sabía perfectamente lo que pasaba, pero no decía nada, hasta que su marido se enteró.
Este se enojó, le quitó el libro a Peter y pensó que la cosa terminaría ahí. Sin embargo,
había subestimado la curiosidad de su hijo, que no se dejó impresionar por la enérgica
actuación de su padre. Peter se puso a rumiar las posibilidades de seguir con la lectura de
este libro tan interesante.
Su madre, mientras tanto, consultó a mamá sobre lo que pensaba del asunto. A mamá le
pareció que éste no era un libro muy recomendable para Margot, pero los otros no tenían
nada de malo, según ella.
-Entre Margot y Peter, señora Van Daan -dijo mamá-, hay una gran diferencia. En primer
lugar, Margot es una chica, y las mujeres siempre son más maduras que los varones; en
segundo lugar, Margot ya ha leído bastantes libros serios y no anda buscando temas que
ya no le están prohibidos, y en tercer lugar, Margot es más seria y está mucho más
adelantada, puesto que ya ha ido cuatro años al liceo.
La señora Van Daan estuvo de acuerdo, pero de todas maneras consideró que en principio
era inadecuado dar a leer a los jóvenes libros para adultos.
Entretanto, Peter encontró el momento indicado en el que nadie se preocupara por el libro
ni le prestara atención a él: a las siete y media de la tarde, cuando toda la familia se reunía
en el antiguo despacho de papá para escuchar la radio, se llevaba el tesoro a la buhardilla.
A las ocho y media tendría que haber vuelto de nuevo abajo, pero como el libro lo había
cautivado tanto, no se fijó en la hora y justo estaba bajando la escalera del desván cuando
su padre entraba en el cuarto de estar. Lo que siguió es fácil de imaginar: un cachete, un
golpe, un tirón, el libro tirado sobre la mesa y Peter de vuelta en la buhardilla.
Así estaban las cosas cuando la familia se reunió para cenar. Peter se quedó arriba, nadie
le hacía caso, tendría que irse a la cama sin comer. Seguimos comiendo, conversando
alegremente, cuando de repente se oyó un pitido penetrante. Todos soltamos los
tenedores y miramos con las caras pálidas del susto.
Entonces oímos la voz de Peter por el tubo de la chimenea:
-¡No os creáis que bajaré!
El señor Van Daan se levantó de un salto, se le cayó la servilleta al suelo, y con la cara de
un rojo encendido exclamó: -¡Hasta aquí hemos llegado!
Papá lo cogió del brazo, temiendo que algo malo pudiera pasarle, y juntos subieron al
desván. Tras muchas protestas y pataleo, Peter fue a parar a su habitación, la puerta se
cerró y nosotros seguimos comiendo.
La señora Van Daan quería guardarle un bocado a su niñito, pero su marido fue terminante.
-Si no se disculpa inmediatamente, tendrá que dormir en la buhardilla.
Todos protestamos; mandarlo a la cama sin cenar ya nos parecía castigo suficiente. Si
Peter llegaba a acatarrarse, no podríamos hacer venir a ningún médico.
Peter no se disculpó, y volvió a instalarse en la buhardilla. El señor Van Daan no
intervino más en el asunto, pero por la mañana descubrió que la cama de Peter había sido
usada. Éste había vuelto a subir al desván a las siete, pero papá lo convenció con buenas
palabras para que bajara. Al cabo de tres días de ceños fruncidos y de silencios
obstinados, todo volvió a la normalidad.

Tu Ana

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